"Deformación profesional".
EDITORIAL: CRUZANDO EL UMBRAL

“DEFORMACIÓN PROFESIONAL”
En el lenguaje coloquial existe una expresión que solemos usar para referirnos a costumbres o hábitos adquiridos con el paso del tiempo y que, sin darnos cuenta, repetimos casi automáticamente. Cuando eso ocurre decimos que es por "deformación profesional”, esa tendencia en el actuar que se instala en nosotros tras años de dedicarnos a una determinada tarea o profesión y que, usando esos mismos clichés de comportamiento en otros ambientes u ocasiones, no nos sirven.Recuerdo mis primeros años como joven sacerdote. Recién ordenado, recibí un destino realmente difícil que casi me cuesta la salud. Nada menos que ser Rector de un Colegio Católico, profesor ética y religión, Párroco de una Parroquia, Capellán de una comunidad de religiosas, responsable de un lugar de culto en otra Iglesia de mi jurisdicción territorial y, por si fuera poco, con la llegada de un nuevo obispo, Párroco de otra Parroquia en un pueblo a casi 20 km de distancia. Como si los sacerdotes fuéramos peones de ajedrez.Tras 20 años de una incomprensible gestión por parte de una comunidad religiosa masculina, aquel Colegio estaba literalmente en ruinas. Decidí hacer fotos del lamentable estado del Colegio y se las mostré en una audiencia privada al Cardenal Arzobispo que allí me destinó. Al verlas, exclamó sorprendido: "¿Eso está así?" Respondí que sí. Le dije con firmeza: “Si usted no me ayuda, me voy”. Él se comprometió con el proyecto, y tras seis años —y casi un ataque al corazón— logramos reformar aquel edificio. No así, sin embargo, la reforma espiritual de bastantes miembros del claustro de profesores, contagiados por una cancerígena y destructiva mentalidad mundanal y por una espiritualidad almibarada y populista.Por mi formación y experiencia profesional, y por tener un padre empresario, - que fue quien nos inculcó el espíritu del trabajo- , sabía que yo era capaz de llevar adelante tan ingente proyecto, como así realmente fue. Pero por esa misma capacidad y por la enorme inercia del trabajo que estaba realizando, por esa “deformación profesional” y pragmatismo, sin darme cuenta, trataba con mis feligreses sin darles el tiempo que necesitaban. Después de muchos años, y con la ayuda de la gracia de Dios, entendí que el ministerio sacerdotal implica, no sólo el tiempo necesario dedicado a las personas sino también la calidad de ese tiempo. Mi buen amigo y hermano Paco Ferrer, de quien tanto he aprendido, solía repetírmelo muchas veces. Querido Paco, muchas gracias.Nosotros, los sacerdotes, a quienes se nos llena la boca fácilmente de Evangelio y de hermosas palabras, también corremos el riesgo de vivir nuestro ministerio de un modo demasiado pragmático, como si hubiese que aprovechar todas las ocasiones para gestionar tres mil cosas a la vez haciendo piruetas en el aire. Después, llegamos a casa cansados por el día y, equivocadamente, nos regocijamos interiormente de la cantidad de cosas que hemos hecho y de las personas que hemos visitado a costa, eso sí, de una deficiente oración, atención de tiempo y dedicación a Dios y a quienes hemos tenido delante.Hay un pasaje bíblico del evangelio de Lucas en el que Jesús, de camino a Jericó, se encuentra con un ciego que empezó a pedirle ayuda a gritos: “Cuando se acercaba a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron: «Pasa Jesús el Nazareno». Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado». (Lucas 18, 35 – 43).Imagínate, todo un Dios, con una agenda frenética para salvar al Mundo anunciando la Buena Nueva, se detiene delante de un pobre hombre de las periferias y dedica todo su divino tiempo, sin prisas, a atender la situación de aquella persona necesitada.Reflexiono y pienso en mi ministerio sacerdotal y le pido a Dios no caer en la tentación de medir todo en tiempo o eficiencia. De otro modo, dejo de ver los ciegos del camino, a la par que todo encuentro personal se vuelve vacío de contenido humano y evangélico. Estoy aprendiendo que la caridad comienza con la atención dedicada y delicada al otro, empleando el tiempo necesario, dejando que hable, escuchando de verdad. Por eso, si alguna vez no te he dedicado el tiempo o calidad de atención que mereces, por favor, perdóname y házmelo saber para corregirme.Como el ciego que gritaba a Jesús, este mundo está lleno de gritos silenciosos que piden tiempo, escucha desde el corazón y fe compartida. No se trata, pues, de aprovechar las circunstancias para sacar adelante nuestros pragmáticos planes, sino de entender que el mayor objetivo de nuestra misión es darnos a Dios y a los demás en la cantidad y calidad del tiempo ofrecido generosamente y de corazón.Hago mía la petición de aquel ciego de Jericó: “Señor, que pueda volver a ver”. Y cada vez que me encuentra con alguien, trataré de no olvidar cómo me trata Cristo a mí, dispuesto siempre a dedicarme su tiempo, en cantidad y calidad, para preguntarme: ¿Qué quieres que haga por ti?Muchas gracias por tu tiempo.P. Juan José Segarra GómezMisión Católica Lengua Española en St. Gallen y Appenzell